Homilía, 3º domingo TO-B. Domingo de la Palabra de Dios

 Hoy celebramos el Domingo de la Palabra de Dios. El Domingo de la Palabra de Dios instituido por el papa Francisco, es una invitación a escuchar con más atención y agradecimiento la Palabra que Dios nos dirige, a responder con mayor alegría y decisión, a vivir con más entusiasmo y esperanza, a practicar cada día con mayor vigor y a orar para que el Espíritu Santo abra nuestros oídos y nuestros corazones.

Y la Palabra nos dice hoy, una vez más, que el Reino de Dios está cerca, pero no llega por arte de magia. Ni nuestra conversión en fidelidad al Reino se produce sin más, de la noche a la mañana. Hace falta el seguimiento que reclama Jesús, hace falta la fe que sea centro y motor de nuestra existencia. Hace falta la llamada de Jesús y nuestra respuesta incondicional para seguirle. Hace falta sentir la urgencia de nuestra conversión, sentir que este que vivimos es el momento de la Gracia, porque “el tiempo se acaba”, como nos ha recordado la segunda lectura. Este tiempo de injusticia, de guerras inhumanas, de individualismo insolidario, de daño insufrible a la creación, este tiempo de vivir lo que por nuestra vocación no somos, se acaba, porque está cerca el reino de Dios.

Pero, antes, -lo recordaba la primera lectura del domingo pasado- hace falta la escucha, el discernimiento, la búsqueda, la conciencia y la experiencia de escuchar la palabra de Dios, la llamada de Jesús que se produce en nuestra existencia cada día. No podemos vivir en cristiano si somos sordos a esa llamada. Hemos de poner condiciones para poder escucharla. Hemos de practicar la virtud de escuchar, primero y antes que nada a Jesucristo. Y desde esa escucha vivir cada día nuestro seguimiento del Resucitado.

El reino de Dios está cerca, pero necesitamos la conversión -el cambio de mentalidad- que nos permita percibir, reconocer, y acoger los signos de esa presencia.

Es la escucha la que nos permite reconocer la llamada del Señor, y distinguir los signos del reino. Y la que nos permite responder a esa llamada, incluso contra lo que creemos que sería mejor: nuestra propia voluntad. 

Jonás -en la primera lectura de hoy- es ejemplo de ese proceso de conversión que va desde nuestros criterios a los de Dios, que se deja transformar por la misericordia de Dios antes que por nuestros propios juicios y criterios. Nuestra petición habría de ser la del Salmo 24: “Señor, enséñame tus caminos”. 

Recorriendo los mismos caminos de Jesús descubriremos que lo que Dios nos pide no es observar una serie de normas o cumplir unos determinados ritos, sino tener la certeza de que el Evangelio es buena noticia de verdad para nuestra vida, y vivir conforme a esa noticia capaz de darnos alegría, capaz de humanizar nuestra existencia. Lo que nos pide la fe es acoger la propuesta de vida, la manera de vivir de Jesús y hacerla nuestra, hacerla nuestro propio proyecto de vida.

El mismo Jesús ha recorrido ese camino de escucha y encuentro con la voluntad del Padre durante su vida. Él mismo ha aprendido a reconocer su presencia y a experimentar su misericordia, y ha respondido haciendo suya la misión del Reino de Dios. Una misión que comienza en tiempos de incertidumbre y dificultad -después de que Juan fue entregado- pero para la que las circunstancias determinantes no son las que el evangelizador vive, sino -siempre- las necesidades de los empobrecidos. 

Escuchar hoy y seguir a Jesús, nos lleva hasta el encuentro con las personas empobrecidas, nos lleva a sentir compasivamente sus urgencias y necesidades, y sentir que este tiempo tiene que terminarse, descubriendo los signos de la cercanía del Reino. Especialmente, en esta semana de oración por la unidad de los cristianos, nos lleva a pedir en la oración y a trabajar para que el Espíritu Santo haga posible en nosotros esa unidad, que es otra respuesta a la Palabra, que es otro signo del Reino que se acerca.

Nuestra vocación, la llamada de Jesús, se sigue produciendo cada día. Nuestra respuesta vital es esperada por Dios cada día. El reino de Dios que está cerca nos sigue pidiendo nuestro compromiso en la tarea de extensión del evangelio. 

Para ello, como Simón y Andrés, como Santiago y Juan, tendremos que dejar nuestros propios criterios y preocupaciones para acoger y hacer nuestros los criterios de Dios y la tarea del Reino. tendremos que abandonar formas de concebir el mundo según este sistema en que vivimos e ir generando con nuestro testimonio cercano el encuentro de hombres y mujeres con Cristo, para que el cambio de mentalidad que necesitamos (esa es la conversión) se vaya produciendo.

A la llamada de Jesús respondemos personalmente, pero también comunitariamente, generando redes de fraternidad, de solidaridad, de desarrollo integral. Nuestra respuesta requiere abandonar caminos individualistas para integrarnos en la comunidad de los hombres y mujeres que siguen a Jesucristo, porque a la llamada de Jesús hay respuestas que solo podemos dar en comunión.

Que este domingo de la Palabra nos impulse a encontrarnos de manera orante con la Palabra de Dios, a ser oyentes de la Palabra, porque así seremos oyentes de Dios en nuestra vida, y oyentes también de los gritos, las penas y tristezas, las alegrías y las esperanzas de toda la humanidad, y de la hermana tierra. Así podremos reconocer la voz del Señor en nuestra vida, que nos sigue llamando a seguirle.


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