Homilía de Santa María Madre de Dios, Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero.

Feliz año nuevo. Eso es lo que nos decimos hoy. Es el deseo de que el año sea feliz, aunque podíamos hacer un gasto mayor de palabras para decir lo que realmente deseamos: “Te deseo que seas feliz también este año”. No es el año el que tiene que ser feliz, sino nosotros. Esa es nuestra vocación, la vocación de todos los seres humanos: la felicidad.

Una felicidad que no está fuera de nosotros, sino dentro. Seremos felices si aprendemos a vivir la vida como un don, como un regalo, abierto a todos, al encuentro, a la amistad, a la comunión, a la entrega que da sentido a nuestra vida. Seremos felices si vamos siendo más humanos, y por ello más capaces de poner oído y corazón a todo lo que vivamos este año como una ocasión de encuentro con el Dios que en su inmensa ternura ha venido a habitar nuestra existencia.

Ese es buen propósito para este año. No adelgazar, o dejar de fumar, o hacer ejercicio… sino ser felices, felices incluso en medio de las contrariedades de la vida, porque descubrimos esa honda alegría del amor de Dios que nadie nos puede arrebatar y que es la verdadera razón de nuestra felicidad.

Y, para eso, la mejor manera de comenzar el año es bajo la protección de María, madre de Dios y madre nuestra, en este primer día en que celebramos también la Jornada Mundial de la Paz. Un año que comenzamos con la antigua bendición que queremos invocar para que todo este año transcurra bajo la misericordiosa mirada de Dios. Pedimos al Señor que nos bendiga, que ponga su mirada sobre toda criatura, que ilumine su rostro sobre la humanidad entera, para que Él nos guarde, nos conceda su favor, y nos dé su paz durante todos los días del año. Una paz que imploramos con más fuerza para todas aquellas víctimas de guerras injustas e inhumanas y conflictos que asolan nuestro mundo. Es el primer regalo del año: la bendición de Dios, para que podamos hacernos portadores de esa bendición para todos, para que nuestra vida se haga bendición para los demás. Buen propósito de año nuevo.

 María nos enseña a acoger la bendición de Dios, a guardarla en el corazón, a meditarla, a orarla, y a vivir todo el año que comienza a la escucha de la palabra de Dios, para meditarla, para hacerla crecer y hacerla vida en nosotros.

Vivir a la luz de la Palabra escuchada y acogida es el segundo regalo del año. Se nos ofrece cada día esta oportunidad de mirar la vida con la misma fe y esperanza de María, aprendiendo a horadar la espesura de cada acontecimiento para desvelar la Gracia de Dios que nos habita. Porque acoge la Palabra y la medita, María es capaz de percibir esa presencia de Dios en lo escondido, en lo sencillo, en lo cotidiano: es capaz de percibirla asombrada en aquellos pastores que se acercan a contemplar al Dios hecho carne de nuestra carne.

María se hace transmisión de la bendición de Dios, y puede ofrecerla a todos. Seamos como María, este año. Caminemos como ella a la luz de la Palabra de Dios. Segundo buen propósito de año nuevo.

Un año nuevo es siempre un regalo por estrenar y, por ello, una oportunidad. Demos -como cantaban los Beatles- una oportunidad a la paz. Empezando por los pequeños conflictos cotidianos, personales, familiares, entre vecinos o compañeros de trabajo; demos oportunidad a la paz pequeña pero necesaria, acogiendo el regalo que cada persona supone para mí de parte de Dios, acogiendo la bendición que los demás pueden ser en mi vida. Tercer buen propósito para el año que estrenamos: ser constructores de paz y trabajadores de la justicia.

Demos una oportunidad a la paz en la vida social y política alejándonos de la polarización estéril que provoca el vivir la mentira. Seamos buscadores de la verdad, para ser constructores de la paz. Una paz que solo puede asentarse sobre la justicia que estamos llamados a construir, a reclamar, y a hacer causa de nuestra lucha por dar a luz otro mundo posible, mejor, más humano. Un mundo que vaya siendo la realización del sueño de Dios. Un mundo donde todos podamos experimentar con alegría y en paz la fraternidad que vivimos cuando nos sabemos hijos e hijas de Dios, bendecidos por su amor.

Sed felices.

Feliz año nuevo, os deseo.

 

 

 

 

 

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