Homilía de Pascua

¡Ha resucitado! ¡Aleluya, aleluya! Desde que el domingo pasado entrábamos en Jerusalén cantando para recibir a Jesús, hasta llegar aquí, le hemos acompañado a lo largo de su pasión y su muerte. Y hoy, nosotros, somos testigos de la resurrección: la vida venció a la muerte. No está aquí, ha resucitado. Pero no ha sido fácil llegar hasta aquí.

La losa quitada del sepulcro, ese sepulcro vacío, es la apertura a la novedad de vida que producirá el encuentro con el Resucitado en la vida de María Magdalena y de los demás discípulos. Es el comienzo de la Vida, de la esperanza, de la certeza del cumplimiento de la promesa de Dios. Donde antes solo había sepulcro y muerte, donde todo era final, ahora hay vida y esperanza, resurrección y comienzo.

El primer día de la semana. Los discípulos comenzarán a experimentar esa vida nueva, a medida que se encuentren con el Resucitado, y se abran a la novedad de vida que surge de ese encuentro.

Como María Magdalena habremos de madrugar, aunque todo esté oscuro, para percibir la luz, para experimentar que la luz naciente atraviesa y deshace la oscuridad. Como María, habremos de vivir esa experiencia en comunidad, para pasar del desconcierto a la seguridad del camino recorrido en comunión, poniendo al Resucitado en el centro de esa experiencia. Es en comunidad como nuestra experiencia puede verificarse realmente como encuentro con el Resucitado. Es en comunidad como podemos entender la Escritura, comprenderla, hacerla vida, encaminarnos al mañana realizado desde ya en lo cotidiano de la alegría compartida, de la comunión en la esperanza.

María madruga porque el amor extraña al amado, y se niega a aceptar que todo haya concluido con el sepulcro. El amor madruga siempre. El desconcierto es no encontrar siquiera el cuerpo, lo que podría atarla a la amargura del pasado perdido, y es no saber dónde lo han puesto, a dónde dirigirse. No hay pasado al que volver, pero tampoco se adivina todavía el futuro hacia el que encaminarse.

Es nuestro desconcierto cuando el encuentro con el Resucitado no es aún lo que marca nuestra existencia. Necesitamos ese encuentro vital para superar la tristeza y el desconcierto; para orientar vitalmente nuestra existencia. Necesitamos abrirnos a la novedad del evangelio experimentada en comunidad, para comprender el proyecto de Dios. Necesitamos extrañar a Dios como María a Jesús, para poder reencontrarnos en la compartida experiencia del resucitado, vivo y vivificante. Necesitamos experimentar ese amor que nos hace madrugar al amor, y encaminarnos a la entrega de nuestra propia vida por amor.

El desconcierto que provoca la muerte solo se supera pasando por la muerte. A la Resurrección solo se llega desde el Calvario. Solo fructifica la vida sembrada por amor, la vida libremente entregada para que otros puedan vivir. Solo desde la gratitud por la Vida recibida podemos transformar nuestra vida en gratuidad.

El acontecimiento de la Resurrección de Jesús tiene consecuencias para nosotros. No es algo que le sucede a Jesús y ya está. No es un acontecimiento del pasado que hoy recordamos sino una experiencia que acontece de nuevo, en nuestra propia vida, en la vida de la Iglesia y en nuestro mundo. Desde nuestro Bautismo, participamos de la muerte y resurrección de Jesús. Nuestra existencia queda totalmente unida a la suya. «Morir con él, para resucitar con él». El anuncio de la resurrección del Señor resuena con toda su novedad en nuestros oídos esta mañana. Escuchar y mirar al resucitado implica estar dispuestos a dejarnos inundar y transformar por la imparable vida nueva que brota del Resucitado. Que ningún rincón de nuestra vida personal, social, eclesial quede al margen de esta fuerza arrolladora y vivificadora que es el la Pascua del Señor.

Quizá solo veamos, al principio, sepulcros vacíos, quizá aún sea de noche. Pero la resurrección ocurre día a día, minuto a minuto. Nosotros la experimentamos hoy, pero es tan futuro como presente y pasado, un futuro continuo que se realiza en Dios sin pasado ni futuro.

Hoy estás resucitando en mí, en nosotros, Señor, hoy estás resucitando en el mundo, si nosotros llevamos tu resurrección a la sociedad.

Tu resurrección es el amor, es la justicia, la transformación del mundo en una tierra justa y libre. Tu resurrección es ahora mismo el presente pleno y un futuro personal y social que tenemos que construir aquí contigo. Tu resurrección es la esperanza diaria de los pobres, que tienen derecho a comer, a estudiar, a trabajar, a tener vida material y espiritual, y a caminar con todos hacia la resurrección universal.

Dejémonos mirar, encontrar y resucitar por él para ser sus testigos. Cristo es nuestra Pascua.

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