Homilía Domingo de Ramos - B

Marcos 11, 1-10. 
Isaías 50, 4-7. 
Salmo 21. 
Filipenses 2, 6-11. 
Marcos 14,1-15,47.

Comenzamos la semana santa con un cierto punto de disociación vital: aclamamos la llegada del Señor, para negarlo luego a la primera oportunidad. Le aclamamos como rey para pedir luego al sistema que lo crucifique, porque nos resulta molesto. Deseamos su llegada antes de que nos falte tiempo para huir de su lado, sin arrostrar las consecuencias de su seguimiento.

Recorreremos esta semana de la mano del relato de la Pasión. Es una semana -la que hoy comienza- de hondo calado vital, de verdadera pasión, de fe, pero solo lo podrá ser para cada uno de nosotros si nos sentimos concernidos por lo que contemplamos, solo si recreamos ese camino en nuestra existencia cotidiana, y reconocemos en él a los crucificados de hoy.

La semana santa no puede quedarse -porque no lo es- en un mero espectáculo, ni en vanos sentimentalismos, o en tradiciones culturales ajenas al evangelio y a nuestra vida. Solo puede significar, para nosotros, cristianos, que hemos recorrido en nuestra vida a lo largo de la Cuaresma los pasos de Jesús en medio de un conflicto creciente, la ocasión e pasar nosotros también por esa misma pasión de Dios. La única manera de recorrerla vitalmente es como discípulos: haciendo nuestra la pasión de Dios, la pasión del mundo.

Como Isaías nos muestra en la figura del Siervo de Yahvé, anticipo de la pasión de Jesús. Alguien que sabe y está dispuesto a consolar a los abatidos y escuchar a quien le habla. Alguien que sabe acoger con compasión los sufrimientos del mundo, porque Dios mismo lo capacita para escuchar y acoger, para aprender y consolar. Dispuesto a afrontar las consecuencias de su compasión, sin echarse atrás. Dispuesto a compartir con humildad la suerte de sus hermanas y hermanos. Alguien que es capaz de hacerlo porque se fía de Dios, porque experimenta su amor, y se hace obediente a ese amor.

Este es Jesús: el amor desarmado de Dios, el Mesías crucificado, la entrega absoluta de Dios por amor, para que tengamos vida.

Jesús no viene a Jerusalén para cumplir tradiciones ni de turismo. Viene a cumplir su destino, a expresar su fidelidad al proyecto del Reino de Dios hasta el final, a pesar de las consecuencias. En la narración de la pasión de Jesús que contemplaremos en estos días encuentra respuesta la pregunta fundamental: ¿Quién es Jesús? En la pasión se desvela el misterio: Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios. Y esa pregunta se transforma para nosotros que no solo contemplamos la pasión, sino que somos personajes de esta en ¿Quién es Jesús para mí?

Nosotros hemos de recorrer con Jesús el relato de la Pasión si queremos llegar a conocerle. Hemos de hacer el camino que hicieron aquellos hombres y mujeres y de la primera hora, situarnos como discípulos, dispuestos a dejar que Dios nos abra el oído, a escuchar, a aceptar nuestra “lengua de discípulos” para asumir la misión que estamos llamados a ser: saber decir al abatido una palabra de aliento. Preguntémonos si pasaremos del ¡Hosanna! al ¡Crucifícalo! Preguntémonos si estamos dispuestos a afrontar el mismo camino del Señor, su mismo camino de amor.

Para poder hacerlo habremos de recorrer esta semana con los crucificados de nuestro mundo, con las víctimas de esta inhumanidad. Habremos de tomarnos de la mano de los precarios, de las víctimas de esta economía que mata, de tantas hermanas y hermanos expulsados de la vida, del trabajo, de la dignidad… Habremos de caminar junto con la humanidad y la creación heridas, haciendo nuestras las cruces que cargan, cargando con ellas, haciéndonos cargo de la humanidad herida.

En esta pasión humana que vamos viviendo también tendremos que averiguar de qué lado estamos, quiénes somos. Tendremos que aprender a descubrir tras el rostro de la humanidad desfigurado por el dolor, la injusticia, la enfermedad y la muerte, la Vida que se anuncia. Tendremos que estar dispuestos a no desoír el clamor sufriente de tantas personas, a recorrer este camino para hacer posible la luminosa mañana de Pascua de un mundo más humano, más justo, hacia el que nos encaminamos construyendo fraternidad.

Que nuestra semana santa no sea turismo, ni espectáculo, ni devoción vacía. Que sea de verdad pasión por Dios, pasión por la humanidad, pasión por la vida. Que sea una semana de fe, de la fe que necesita nuestra vida para hacerse epifanía del Reino de Dios en medio de la vida. Que nos permita caminar con él, y reconocernos, al pie de la cruz, en su mirada.

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