Homilía 12º domingo T.O.
Marcos 4, 35-41
Nuestra vida es frágil, vulnerable, y está sometida a continuas situaciones que nos hacen temer, que nos vuelven temerosos, porque nos superan, porque hunden nuestros cimientos, aquello en lo que nos apoyamos, porque nos instalan en la incertidumbre -nos da miedo aquello que es desconocido, que no controlamos-, como la tempestad a los discípulos, que, en aquella frágil barca, parece que van a hundirse.
A veces vivimos situaciones de tal intensidad que nos instalan en el miedo y la desconfianza, derruyendo el pasado que nos sostenía, y alejando el futuro. Cualquier utópica esperanza que amasáramos parece desvanecerse de golpe. Somos como los discípulos en una frágil barca a merced de una tempestad -personal, familiar, laboral, social…- que nos supera, que no podemos dominar, y amenaza con hundirnos.
Nuestra Iglesia no es ajena a esa condición. También se ve zarandeada por este cambio de época que nos toca vivir. Y se ve, como nos vemos todos en esas situaciones, tentada al repliegue, a quedarnos encerrados en lo conocido, en lo sabido y rutinario, aunque no sirva ya para hacer frente y ponerle cara a esta situación. ¡Ojalá no nos hubiéramos embarcado y siguiéramos en la orilla!
No valen los remedios que aprendimos. Nos hemos quedado sin respuestas. Y solo nos surge gritar: ¡Maestro!, ¿no te importa que nos hundamos?
La respuesta del Señor nos lleva en otra dirección: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
Si nuestra fe se ve zarandeada por lo que vivimos, por cómo se cuestionan ritos y costumbres que ya no sirven, por cómo somos interpelados por la realidad y urgidos a encontrar nuevas palabras humanas en las que seguir anunciando la presencia -nueva y buena noticia- de Dios, o a buscar nuevo sentido y a recuperar el sentido originario de lo que hemos de vivir; si nuestra fe se ve zarandeada por el mal y la injusticia que nos rodean hasta hacernos vacilar con miedo, la respuesta del creyente no puede ser el miedo y el repliegue, sino la confianza en el Señor, que va con nosotros en la misma barca. Aunque nos puede pasar, como a los discípulos, que aún no tengamos esa fe. Quizá seguimos creyendo que la fe tiene que ver con el éxito, con la seguridad, con la costumbre, con la tranquilidad, con la desconexión de la realidad, o con lo inamovible… Quizá se nos olvidó que seguimos al Crucificado.
Quizá aún no hemos sentido que la fe es experiencia de amor que nos empuja, nos levanta, nos pone en camino, nos saca de la casa y la tierra que habitamos, para llevarnos a habitar otras casas y otras tierras fiados del amor de Dios, sin que nos venzan las dificultades.
En medio de tanta tormenta que amenaza con hundirnos -vitales, sociales, políticas, religiosas…- tenemos que recuperar el encuentro con Jesús, la escucha de su Palabra, la intimidad de la oración, la acogida de su Espíritu, la vida eucarística, que nos pone en su misma onda, en sintonía con su corazón compasivo y misericordioso. Solo en la tarea de construir la fraternidad y tender puentes podemos sentir que la tormenta se calma, porque el modo de vivir de Dios vuelve cada cosa a su sitio, vuelve a dar sentido a todo. También a los mares embravecidos que surcamos.
Nos da miedo dejar lo viejo y surcar mares embravecidos, nos da miedo salir de la seguridad de la orilla, pero los creyentes no podemos hacer otra cosa que seguir las huellas del Señor, fiándonos de su amor. Nos apremia, como ha recordado el apóstol, el amor de Cristo. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo, y en esa novedad estamos llamados a dejarnos guiar por el Espíritu, que nos ayuda a experimentar la cercanía de Dios en cada acontecimiento y lugar, sabiendo que a donde nos empuja -incluso a lo desconocido- allí, antes de que lleguemos, ya habita Dios.
Jesús va -si le dejamos- en nuestra misma barca, en nuestra Iglesia. Con él podemos superar los miedos, podemos crecer en la fe, y podemos dejarnos apremiar por el amor que nos empuja al encuentro de los demás en cualquier situación.
El Señor habló a Job desde la tormenta. También nos habla a nosotros en medio de aquellas situaciones que nos superan. Si permanecemos con él, nada hemos de temer.
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