Homilía13 domingo T.O.

  

La Palabra de Dios esta semana nos hace un recorrido de la muerte a la vida, de la desesperanza a la fe, desde la necesidad al encuentro. De la mirada ciega al estupor de lo que renace. Hay gestos capaces de devolver la vida y la esperanza, capaces de levantar a quienes caen. Y nosotros podemos hacerlos. Para eso tenemos que empezar por dejar que sea el mismo Cristo quien nos ponga en pie a nosotros.

 

En el relato se contemplan gestos decisivos y radicales de Jesús ante la muerte de la hija de Jairo, y la enfermedad de una mujer que ni siquiera tiene nombre. Gestos transgresores, que manifiestan en Jesús la cercanía y la implicación con el sufrimiento ajeno y, a la vez, la transgresión necesaria en un sistema injusto para que la vida de la persona sea lo primero.

 

Hay dos personajes y situaciones extremas que, compartiendo un mismo dolor, son absolutamente distintas. Manifiestan cómo establecemos diferencias inaceptables entre las personas, en función de su posición social, su poder…: Jairo, jefe de la sinagoga, y una mujer sin nombre, sin identidad. Una muerte irremediable y una enfermedad incurable -expresión de toda la frustración vital- que recluye a la mujer que la sufre en un margen despreciado de la vida. Frente a esas situaciones Jesús se muestra como Señor y Dador de Vida, liberador de la enfermedad y la muerte.

 

Jairo y la mujer transgreden los límites: la muerte de la hija “¿para qué molestar al maestro?”, y el límite de la ley que impide que la mujer se acerque a Jesús. Ninguno de los dos pierde su fe y su esperanza. La respuesta de Jesús: “tu fe te ha curado” y “ten fe, y basta”. La fe está en el centro de ambos relatos. Una fe que se sustancia en el encuentro personal con Jesucristo y que realiza la sanación física, pero también la reincorporación a la vida en plenitud. La hija de Jairo recupera la vida arrebatada, y la mujer puede marchar curada y en paz, devuelta a la vida de la que había sido marginada.

 

No hay una actuación “milagrera” exorbitante e incomprensible de Jesús. A la mujer le dice “tu fe te ha curado”. También nos lo dice hoy a nosotros. La fe nos salva, nos cura de nuestros egoísmos. Quien cree en el Dios de la vida y confía su existencia a Jesús posee la fuerza capaz de liberarle de todo lo que deshumaniza y destruye como persona.

 

Deberíamos ser capaces de creer que la fe puede seguir curando hoy, puede seguir dando vida, seguir levantando a quienes caemos, porque nos invita a confiar en el amor de Dios que sostiene nuestra existencia. Es la fe en el amor digno de crédito la que nos permite reconocer la dignidad herida de cada persona y, pese a los obstáculos que este mundo sigue poniendo, la que nos empuja a implicar nuestra vida en la tarea compartida de posibilitar la vida digna de toda persona. Es la fe que reconoce a Cristo en el otro la que nos mueve a escuchar el grito de dolor en medio de tanto ruido social y político, para responder con celeridad al lamento de la humanidad y la creación. Es la fe la que contra toda esperanza nos empuja a seguir confiando en el Dios Señor y Dador de Vida, que pone la tarea de la vida en nuestras manos para seguir haciendo posible el sueño de la fraternidad. Porque en las personas habitadas por la fe, hay una fuerza sanadora.

 

Nuestro proyecto de vida solo se puede sostener en la fe que nos habita, y que el Espíritu nos empuja a traducir en actitudes y gestos de sanación de las personas, de la creación, de las relaciones sociales.

 

Para ello, la oración nos suscita caminos, compromisos, pasos que me llevan en dirección de la Vida.

 

En este tiempo de ritmos vitales más humanos, más pausados, que nos proporciona el descanso y las vacaciones, preguntémonos cuáles son esos pasos que podemos dar hacia una vida de cuidado, de sanación, de acogida de los otros, de encuentro con el Señor.


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