Homilía 19º domingo T.O. - B

1Reyes 19, 4-8. Salmo 33. Efesios 4, 30 – 5, 2. Juan 6, 41-51

 La experiencia de Elías podemos haberla vivido en diversos momentos de nuestra vida: ¡Basta, no puedo más! Esa experiencia puede ser el comienzo también de la experiencia de fe, de nuestra apertura al misterio del Dios amor. Puede ser la experiencia que nos haga conscientes de la presencia de Dios en nuestra vida. 

La fe es un don, gratuito e inmerecido. Un don que podemos acoger con gratitud por su gratuidad, y que hemos de hacer vida de una forma realista y, a la vez, humilde. Creer es cuestión de vivir, de saber vivir, de acoger y vivir la vida que se nos ofrece en Jesucristo, como manifestación del Amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones.

Por eso, creer es Vivir, y vivir es amar, creer es vivir en el amor la misma vida de Dios que se nos regala en el encuentro con Jesucristo. Es integrar en esa honda y unitiva experiencia del amor los momentos de calvario, desasosiego, silencio, oscuridad, desde la confianza en la ternura misericordiosa de Dios que se hace vida, concreta, accesible, y que pronuncia siempre la palabra definitiva de Vida. Nos ha pedido la Carta a los Efesios que hagamos del amor la norma de nuestra vida.

Solemos hablar en nuestro mundo de nivel de vida, de calidad de vida, de buena vida… por la que competimos y cuyo alimento -aunque miremos para otro lado- es el consumo, el individualismo, y olvidamos muchas veces que lo que se nos ha dado es la vida plena, la vida buena, la vida verdaderamente humana que nace del amor y se desgasta en el amor y la fraternidad. Una vida cuyo alimento es -en la Eucaristía- el mismo Jesús y la voluntad del Padre. Los parámetros de valoración de la vida en nuestro mundo son distintos de los criterios evangélicos. 

Nuestro mundo también grita como el profeta ¡Basta! en muchas situaciones de injusticia que hacen perder la esperanza y desear la muerte. Nuestro mundo gime y grita de dolor. Necesitamos escuchar su lamento, sentir su hambre de Vida. Nuestra tarea, nuestra misión, es vivir una vida humana, en plenitud, y compartir la vida con los demás, para que esa misma vida humana sea también posibilidad de vida plena para los descartados por este sistema. Necesitamos hacer del amor la norma de la vida, también de la vida social y económica.

Los cristianos solo tenemos un camino para ello, y pasa, necesariamente, por la Eucaristía. Pasa por el encuentro vital que se alimenta del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, que se nos da a sí mismo como alimento. Pasa por la entrega eucarística de nuestra propia vida al igual que Jesús, en quien nos movemos, vivimos y existimos.

Pasa por la construcción de la fraternidad a la que somos convocados en torno a la mesa de la Eucaristía, y enviados a la vida del mundo.

Pasa por rehacer en nuestra vida, cada día, la entrega memorial que el Señor nos deja: Haced esto en memoria mía.

Quizá este tiempo es buena ocasión para ponernos a la escucha; para escuchar, de nuevo, la palabra amorosa de Dios que se nos dirige, haciéndonos conscientes de ser amados por Dios, de ser sus amadas criaturas. 

Quizá escuches la invitación a vivir en Él, como Él y con Él, para descubrir y disfrutar la vida plena y verdaderamente humana, la que pasa por la vida plena y humana de todas sus hijas e hijos sin excepción.

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