Homilía, 20 domingo TO-B

 Seguimos leyendo estos domingos de agosto el capítulo 6 del evangelio de Juan, dedicado a ese largo discurso de Jesús sobre “el pan de vida”. Un tema que nos va introduciendo en el misterio íntimo de la persona de Jesús. El encuentro con Dios en Jesucristo no es algo racional, cerebral, aunque haya de ser razonable. Nuestro Dios es un Dios personal que se comunica y se relaciona con cada uno de nosotros. Dios se pone a nuestro alcance. El encuentro con él es vital. En Jesús de Nazaret, en la Eucaristía, Dios se pone a nuestra disposición, al alcance de nuestras manos y nuestros sentidos: oíd, gustad, tomad, comed, bebed, compartid… Dios se nos hace presente y se nos ofrece en realidades cotidianas, al alcance de nuestros sentidos, si sabemos mirar, escuchar, acoger, recibir y agradecer, si entramos en comunión con él. Dios es así.

La Eucaristía prolonga la Encarnación. Toda la realidad se hace presente en la celebración de la Eucaristía. El amor de Dios que se nos revela en Jesús llega en ella a hacerse comida y abrazo cuando hacemos memoria suya. En la Eucaristía se nos revela y acerca un Dios que se deja coger y comer, que se entrega a nosotros, a cambio de que con nuestra vida lo acojamos para hacer de nuestra vida una misión: la de ser testigos de su muerte y su resurrección. El Dios que nos alimenta con una vida -la de Jesús- que se hace entrega para alimentar nuestro vivir.

Jesús vive alimentándose del Padre, y los cristianos solo podemos vivir alimentándonos de Jesús. Si nos alimentamos de Jesús, una consecuencia en nuestra vida es que crece la virtud de compartir. Seguir a Jesús y alimentarnos con su Palabra, con su Cuerpo y su sangre, nos introduce en esa virtud de la pobreza cristiana que se hace bienaventuranza. El Pobre cristiano es el que comunica sus propios bienes a otros que los necesitan o los desean; y la virtud de la pobreza cristiana consiste sobre todo en compartir. El pobre cristiano no es el que carece, sino el que comparte. La fracción del pan es su símbolo perfecto. El «espíritu de pobreza» manifiesta el amor cristiano en el compadecer (padecer con), y conduce necesariamente a anteponer las necesidades y los deseos de los que se ama a los propios deseos y a las propias necesidades.

El que comparte lo que tiene, cada vez se da cuenta de que tiene más cosas para compartir. aparte de compartir lo que sea fruto de su propio trabajo y esfuerzo material, intelectual y sobrenatural (que es un esfuerzo inmensamente más productivo y fecundo que el de los que se esfuerzan y trabajan únicamente para sí en trabajos forzados y agotadores) se encuentra con que puede compartir su alegría con los tristes y la luz del sol con los de ojos turbios; el gozo de las estaciones del año y la Eucaristía; el cielo y la tierra; una lágrima y una sonrisa; la salud y la enfermedad; el trabajo y el descanso... toda la creación, y el mismo creador, son suyos si los comparte con espíritu sobrenatural de pobreza.

Él, Jesús, pan de vida, es el que necesitamos para vivir de esta manera. Entrar en comunión con Dios es poder vivir, y gozar de la vida. Para poder vivir la vida cristiana, necesitamos comer a Jesús. Necesitamos acoger y hacer nuestra su vida y su manera de vivir. Necesitamos escuchar y saborear sus palabras, gustar de su presencia en nuestras vidas; vivir alegres, sabiendo de quién nos hemos fiado.

Nuestra vida cristiana pierde sabor y languidece cuando Jesús apenas cuenta en nuestra vida real y cotidiana, cuando no tenemos relación personal con él, cuando no comulgamos en él, y no luchamos por el Reino de Dios por el que él luchó. Jesús nos invita a entrar en esa comunión íntima con el Padre que se realiza comulgando con él; comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre, dejando que configure nuestra vida desde su vida entregada al Padre. Eso nos hace permanecer en él. Nos hace habitar en él y que él habite y llene nuestra existencia.

Jesús nos sigue invitando a alimentarnos de su vida. Comámosle en el pan de la Eucaristía; trabajemos junto a Él por el Reino, pensemos como Él, trabajemos con Él, y viviremos en Él, nuestra vida será eucarística para que su Reino sea un hecho.


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