Homilía domingo 21 TO-B

Jn 6, 60-69

Termina el discurso del “pan de vida” que el Evangelio de Juan nos ha ido desgranando a lo largo de los últimos domingos, y Jesús confronta a sus oyentes y les pide tomar postura. Elegir quedarse en lo de siempre, “en sus dioses”, en sus maneras de vivir la relación con Dios y los hermanos, o arriesgarse a entrar en esa nueva relación vital que Jesús ofrece. Arriesgarse a dejarnos llevar por el don de la fe.

 

“Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Vivir la relación con Jesús es don del Padre por medio del Espíritu Santo. No es opción, ni iniciativa, ni decisión autónoma nuestra, sino respuesta al don de Dios que por medio del Espíritu se derrama en nuestros corazones: la experiencia amorosa de su presencia en nuestra vida. La iniciativa siempre es de Dios.

 

Ser cristiano no es apuntarse a un club, o a un partido político, o integrarme en un grupo social para hacer cosas. Ser cristiano -desde la respuesta agradecida al don gratuito- es vivir una relación personal en el encuentro con Jesucristo que se sustancia por mediación de la Iglesia, comunidad fraterna de discípulos misioneros con la que camino, para seguir experimentando el amor de Dios, y para sentirme convocado a la tarea cotidiana y vital de la fraternidad. Una relación que nos transforma para ser como Jesús, para ser imagen del Dios comunión. Que nos hace capaces de vivir en el amor la misma comunión trinitaria. Que transforma toda nuestra existencia.

 

Si olvidamos esta experiencia fundamental, si el criterio es nuestra propia decisión, si somos nosotros el centro de nuestra experiencia de fe, intentaremos que Dios se ajuste a nuestro imaginario, que justifique nuestras opciones, y terminaremos por hacerle a nuestra imagen o por abandonar su camino. Habremos encontrado otros dioses, pero no al Dios de Jesucristo.

 

Seguir a Jesús, que tiene palabras de vida eterna es la única forma posible de vivir nuestra fe, de integrar libertad y amor, responsabilidad y cuidado, persona y comunidad. Si buscamos la vida con sinceridad tal vez muchos interrogantes se nos queden sin respuesta inmediata, pero podremos sentir en el hondón de nuestra existencia lo mismo que Pedro: ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.

 

La cuestión no es a dónde ir, sino a quién. Nuestro mundo está plagado de reclamos engañosos y profetas populistas que nos ofrecen y prometen la vida, la salvación, la felicidad, el bienestar, la perfecta serenidad, a condición de olvidarnos de todo lo que no seamos nosotros mismos. A condición de olvidarnos de la fraternidad, de la verdad, de la justicia y la misericordia. A condición de cerrar los ojos al sufrimiento humano, y desentendernos del hermano.

El mensaje de Jesús efectivamente es duro entendido desde los criterios de este mundo: renunciar a ser nosotros el centro de la existencia, tomar la Cruz, seguirle, fiarnos sin condiciones del amor en un mundo que ha olvidado su capacidad de amar, y estar dispuestos a hacernos, como Él, pan para ser comido.

 

Querer vivir la pobreza, la humildad y el sacrificio, como expresiones de amor, para tender puentes de fraternidad. Estar dispuestos a sembrarnos y a gastar nuestra vida sin saber si dará fruto, o sabiendo que posiblemente no veremos el fruto. Vivir con ojos abiertos y corazón sensible al sufrimiento humano que reclama nuestro compromiso por humanizar la existencia… comulgar con él, alimentarnos con su Cuerpo y Sangre.

 

Pero incluso con su dureza esa palabra de Jesús es la palabra de Vida eterna. Esa es la única palabra capaz de darnos vida, la única manera de vivir que humaniza, que nos lleva a la fraternidad que Dios sueña, a la felicidad completa de la existencia. Las palabras que nos dice Jesús son espíritu y vida.

 

Nuestra vida se teje entrelazando las decisiones y opciones que tomamos. Como en la primera lectura al pueblo de Israel, a nosotros también nos pide el Señor esa elección desde nuestra libertad: seguirle a él, para configurar nuestra vida desde la causa del Reino, o escuchar otras voces que nos adormecen y deshumanizan.

 

Pongo hoy esas opciones, mis decisiones vitales, ante el Señor para discernir en la oración si nacen del seguimiento, de la escucha de sus palabras, y del vivir en Él. Porque eso necesitamos, y eso queremos pedir.

¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.

 

 


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