Homilía, domingo 32 TO - B

No es cuestión de cantidad, sino de calidad. No es cuestión de dar mucho -si es lo que sobra- sino de ofrecer todo lo que tenemos para vivir, aunque sea poco y pobre. No es cuestión de hacer cosas sino de ser de un modo determinado. 

La viuda de este evangelio es modelo para los creyentes seguidores de Jesucristo Resucitado, porque nos muestra actitudes y prácticas básicas de la fe y de nuestro seguimiento. Actitudes y prácticas que difieren de las de los escribas, que devoran los bienes de las viudas aparentando hacer largas oraciones. 

Este puede ser un primer mensaje del evangelio hoy: de nada nos sirven las largas oraciones aparentadas, si devoramos los bienes de los pobres. No nos vale pasarnos el día ante el sagrario, si los pobres y sus lamentos no llegan a nuestros oídos y nuestro corazón. Si no nos indignamos ante la injusticia, y no hacemos lo que esté en nuestra mano para denunciarla y remediarla. Oración y compasión han de ir de la mano. Misericordia y Justicia solo pueden caminar juntas.

Los escribas son profesionales de la Escritura, pero en lugar de interpretarla a favor de los más pobres, de los preferidos de Dios, -en lugar de interpretarla desde el corazón de Dios- aparecen deseosos de un poder que lleva a la opresión de los débiles. Justo lo contrario de lo que Jesús ha aprehendido de Dios: que sólo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres de hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres. Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos. (FT 234-235)

La mirada de Jesús a los escribas pone en cuestión la articulación de la autoridad en nuestra propia Iglesia. Si se ejerce al modo de los escribas, esa autoridad no ofrece vida, no se encuentra en ella la entrega de Jesús. 

La mirada de Jesús sabe ver más allá de las apariencias, de lo socialmente enaltecido, y fijarse en el lado humano de la vida, en lo que necesita atención y cuidado para poder ser vivido. Esa mirada nos descubre -frente a la mirada del mundo- que partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a unos pocos privilegiados como si solo ellos fueran dignos de vivir sin límites. 

En el fondo «no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos—. (FT 18). La mirada de Jesús nos descubre que las personas tenemos una misma dignidad, la de ser hijas de Dios, que no tiene que ver con lo que tenemos sino con lo que somos, -hijos amados de Dios- y con la manera humana de ser que estamos dispuestos a vivir.

La viuda echó como ofrenda todo lo que tenía para vivir. Dicho de otra manera, se ofreció ella misma. Se ofreció en su debilidad y su pobreza, con todo lo que era. ¿Qué le ofrecemos nosotros a Dios? ¿Nuestra vida o lo que nos sobra?

La relación verdadera con Dios -la oración sincera, el culto agradable a Dios- se establece siempre desde el reconocimiento del don, desde nuestra condición filial y desde la ofrenda de nuestra vida: Te ofrecemos, todo el día, nuestro trabajo, nuestras luchas, nuestras alegrías y nuestras penas, porque así podemos ir pensando como Tú, trabajando contigo, y viviendo en Ti, y llegar a amarte con todo nuestro corazón y a servirte con todas nuestras fuerzas. 

La viuda nos enseña que aferrarnos a Dios, que poner nuestra confianza en él, es lo que nos permite darnos por entero, vivir nuestra vida con sentido, despojarnos, seguir al Resucitado, y hacerlo en clave de bienaventuranza.

Necesitamos concebir la totalidad de la vida como una misión. Inténtalo escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión (GE 23), en tu propia existencia. 

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