Homilía, domingo 22 TO_C

No podemos negar que las palabras de Jesús nos desconciertan. Jesús nos invita a actuar desde la gratuidad y la comunión solidaria opuesta a toda lógica de este mundo; opuesta a la lógica del individualismo y del capitalismo en que vivimos. Jesús nos propone unas relaciones propias de una nueva humanidad que se “desmercantilizan”, que no se basan en el intercambio de posibles beneficios mutuos, sino en la simple compasión de vivir según nuestra humanidad, recuperando las necesidades de las personas como criterio de actuación.

Valores opuestos los de esta sociedad y los de Jesús. Escoger el primer puesto, encumbrándote, o el último. Invitar a quienes no tienen perspectivas de futuro ni pueden recompensarte, a quienes solo comparten entre ellos el vínculo sacramental de la impotencia compartida, de la misma marginación (pobres, lisiados, cojos y ciegos) o, a quienes por su lazos y ataduras (amigos, hermanos, parientes y vecinos ricos) son quienes sostienen el entramado clasista de esta sociedad. 

Estos, los ricos, no tienen perspectivas de futuro, porque han puesto toda su esperanza en la mezquindad de la recompensa (corresponderán invitando, y quedarás pagado). Aquellos, en cambio, pueden ser cauce de felicidad para quien renuncia a los valores que apuntalan esta sociedad, para establecer otras relaciones totalmente distintas y nuevas: “Dichoso tú; te pagarán en la resurrección de los justos”.

En el fondo Jesús nos pone frente a la verdad de nuestra propia manera de vivir y actuar. Dichoso tú si no pueden pagarte, si solo la gratuidad y el amor pueden mover tu manera de vivir. Dichoso tú si tu relación compasiva lo es porque reconoces a Cristo en el otro, en la persona necesitada. 

Sigue resultando extraño en nuestro mundo el lenguaje de la gratuidad —solemos confundir lo gratis con lo barato— y nos olvidamos de la gratuidad de la vida recibida y de lo agraciados que somos al poder vivirla dando y dándonos a los demás. 

En el fondo nadie cree que sea mejor dar que recibir, y que haya más alegría en ello; nos sigue costando descubrirlo, creerlo, vivirlo así. Sin embargo, lo más intenso y culminante de nuestra vida, lo más humanizador y que más nos asemeja a Dios, es gratuito. Lo más importante y necesario de nuestra vida es gratuito.

Por eso sigue siendo revolucionario —como lo fue la vida de Jesús— vivir en la lógica del reino, en la lógica de la comunión y del amor fraterno. En esta lógica ha de sustentarse la comunidad cristiana que quiere seguir al Resucitado. Estamos llamados a vivir desde esta lógica que genera experiencias alternativas a esta sociedad, y visibiliza nuevas maneras de vivir desde el don y la gratuidad, porque es lo que abre caminos al cuidado y a la fraternidad social. Es el banquete al que Dios invita.

El banquete de la vida es gratuito y se ofrece a todos, está abierto a todos por igual, y la única respuesta posible es agradecerlo, alabar al Padre por su generosidad y disfrutar de la mesa y la compañía. El banquete del Reino solo sabe de fraternidad y no de dignidades, sabe de igualdad, no de diferencias.

Nuestra vida transcurre, con el pasar de los años, en dirección a una cierta lejanía y acomodo, que nos hace algo más insensibles a la suerte de las personas empobrecidas, sin que nos demos cuenta. El cansancio, la fatiga, los compromisos una y otra vez empeñados sin, aparentemente, ver resultados, acaban por cansarnos y normalizar lo que no es normal.

Necesitamos volver a escuchar la tierna voz de Dios que nos dice bienaventurados cuando solo podemos sentirnos bien pagados por su amor, por el amor que nos llega en los pobres.

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