Homilía 33 domingo T.O. - C

 

Celebramos hoy la Jornada Mundial de los pobres que es una sana provocación para ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas pobrezas del momento presente. La Jornada Mundial de los Pobres quiere recordar a nuestras comunidades -en palabras del papa León- que los pobres están en el centro de toda la acción pastoral. No solo de su dimensión caritativa, sino también de lo que la Iglesia celebra y anuncia. Dios ha asumido su pobreza para enriquecernos a través de sus voces, sus historias, sus rostros. Toda forma de pobreza, sin excluir ninguna, es un llamado a vivir concretamente el Evangelio y a ofrecer signos eficaces de esperanza.

Los pobres no son objetos de nuestra pastoral, sino sujetos creativos que nos estimulan a encontrar siempre formas nuevas de vivir el Evangelio hoy. Ante la sucesión de nuevas oleadas de empobrecimiento, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse. Todos los días nos encontramos con personas pobres o empobrecidas y, a veces, puede suceder que seamos nosotros mismos los que tengamos menos, los que perdamos lo que antes nos parecía seguro: una vivienda, comida adecuada para el día, acceso a la atención médica, un buen nivel de educación e información, libertad religiosa y de expresión. (León XIV, Mensaje)

Estamos en un momento de la historia humana que bien puede verse reflejado en las palabras de Jesús en el evangelio de hoy. Noticias de guerras y revoluciones, pueblo contra pueblo, hambres y pestes, y mucho “salvador” diciendo “Yo soy”.

Tras la pandemia de hace cinco años, la guerra en Ucrania vino a agregarse a las guerras regionales que en estos años están trayendo muerte y destrucción, y el genocidio de Gaza ha puesto el listón de la sinrazón fuera de los límites de lo humano.

Se repiten escenas de trágica memoria y una vez más el chantaje recíproco de algunos poderosos acalla la voz de la humanidad que invoca la paz. ¡Cuántos pobres genera la insensatez de la guerra! Dondequiera que se mire, se constata cómo la violencia afecta a los indefensos y a los más débiles.

El evangelio de hoy es una advertencia a quienes esperan impacientes la vuelta del Señor, confrontándolos con el tiempo del testimonio que ha de vivir la comunidad cristiana. Es una advertencia para no perder el contacto con la realidad histórica y cotidiana de injusticia y deshumanización. Pero es, también, una llamada, en esa realidad a vivir en la esperanza, encontrando la fuerza y el coraje para poder vivir en este tiempo, en que estamos llamados a dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza, el seguimiento de Jesús en medio de las pruebas y dificultades, descubriendo el valor del tiempo presente.

Hemos de discernir los signos de este tiempo para no dejarnos extraviar; es necesario recuperar el don del discernimiento de los acontecimientos históricos, sin dejarnos llevar por grandes despropósitos o seducir por nuevos dioses, para ser capaces de vivir en este tiempo la fidelidad que trae persecución; esa persecución que llega cuando las comunidades cristianas somos con nuestra vida, con nuestras prácticas de misericordia, denuncia profética de intereses egoístas e injustos, denuncia de un sistema que generan pobreza y muerte.

El evangelio de hoy es una llamada a la esperanza cristiana, que desacraliza la realidad, pero fiada en la Palabra y el Amor de Dios sabe que la vida merece la pena, y que la historia humana tiene sentido. Un sentido que estamos llamados a recuperar. Es el trabajo perseverante y tenaz de los que se saben amados por Dios siempre y en toda circunstancia el que abre un porvenir de vida y salvación: el porvenir de Dios, el del Reino cuya venida pedimos al tiempo que vamos haciendo su voluntad.

Ayudar al pobre es, en efecto, una cuestión de justicia, antes que de caridad. Como observa San Agustín: «Das pan al hambriento, pero sería mejor que nadie sintiese hambre y no tuvieses a nadie a quien dar. Vistes al desnudo, pero ¡ojalá todos estuviesen vestidos y no hubiese necesidad de vestir a nadie!» (Homilías sobre la primera carta de san Juan a los partos, VIII, 5).

Pidamos al Señor que quienes tienen la responsabilidad de los gobiernos impulsen el desarrollo de políticas para combatir antiguas y nuevas formas de pobreza. Pidamos que nos suscite a las comunidades cristianas nuevas iniciativas de apoyo y ayuda a los más pobres entre los pobres. El trabajo, la educación, la vivienda y la salud son las condiciones para una seguridad que nunca se logrará con las armas. (León XIV, Mensaje)

 

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