Pan partido y compartido


Decía un amigo -ya hoy en vida resucitada- que, en esta tierra la Resurrección tenía poco predicamento frente al resto de la semana santa, porque la verdadera resurrección que celebraba el pueblo era la del Corpus. La fiesta del pan y del vino, del fruto del trabajo, de la cosecha; la explosión de vida que supone poder recoger lo sembrado, para moler, amasar, cocer y partir un pan caliente, recién hecho, de sol y sudor, de vida y de lluvia, que alimente a los hermanos, y que sólo, si se ha sembrado en común, se ha cultivado en común, y se cosecha en común, puede saber a pan; a pan del bueno. La fiesta de la Vida posible y la esperanza.

Quizá acertara en el fondo, porque el pan solo puede ser hecho del grano de trigo que cae en tierra, y muere, y solo alimenta cuando se parte y se comparte. Si no es así, simplemente engorda. La Resurrección, la nuestra, solo es tal cuando comunica la vida. Esta fiesta del Corpus completa nuestra resurrección.

Dadles vosotros de comer. Esto escuchamos en el Evangelio de Lucas que se nos proclama el domingo del Corpus. Es una invitación a la encarnación en la vida de los hombres y mujeres. Una invitación a hacer nuestra la vida de los demás. Una invitación a no desentendernos. Pero, sobre todo, es una invitación a ser hornos donde pueda cocerse el pan de Jesucristo: tomó el pan, pronunciando la acción de gracias lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Entregaos también vosotros, por los demás, para que tengan vida.
Celebrar el Corpus, llevar a Cristo en el pan en procesión, es expresar el compromiso de que nuestra vida se haga pan y vino, Cuerpo y Sangre, de Jesús; es expresar nuestro compromiso de querer vivir una vida eucarística, y expresar el compromiso de seguir apostando por la dignidad de las personas. Que a nadie le falte el pan blanco o negro, ni la carne o el pescado, o las verduras; el pan de cada día, el pan del trabajo y la dignidad, el de la salud y la familia; el de la libertad, el de la esperanza y el mañana; el pan de la Vida.

Hoy tiene más sentido que nunca para los cristianos celebrar esta fiesta que es la fiesta de la comunión humana. Ponemos en el altar, al celebrar la Eucaristía, nuestra ofrenda: nuestra vida unida a la de Jesucristo; nuestro cuerpo unido al Suyo, y nuestra sangre mezclada con la Suya. Hoy reafirmamos nuestro compromiso militante de pensar como Él, de trabajar con Él, de vivir en Él.




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