Carta de D. Antonio Dorado, Obispo de Málaga, ante las últimas víctimas accidente laboral en Málaga

Cuando algunos afortunados (porque tienen un trabajo y han tenido vacaciones) hablan del síndrome postvacacional, pienso en las numerosas personas que carecen de un puesto laboral y se ven mermadas en su condición ciudadana, porque no pueden ejercer uno de los derechos humanos básicos: el derecho al trabajo. La difícil situación económica en la que nos encontramos está destruyendo empresas y puestos de trabajo a un ritmo preocupante. Es algo que veíamos venir, a pesar de las hermosas frases y de las palabras tranquilizadoras.

De nada sirve que nuestros gobernantes nos recuerden que eso mismo sucede en otros países del entorno, pues ellos han sido elegidos para dar respuestas rápidas aquí, y lo de menos es el nombre que demos a esta situación, en la que lo verdaderamente grave y doloroso es que muchas personas y familias no pueden hacer frente a las hipotecas que tienen, y encuentran dificultad para llegar a fin de mes, si es que no han ido ya a engrosar las listas del paro.

Urge, pues, encontrar y poner en práctica todas las medidas eficaces que estén a nuestro alcance, más allá de los gestos espectaculares que sólo consiguen distraer la atención de los problemas de fondo. La talla de unos gobernantes rigurosos, de una clase política responsable y de unos sindicalistas serios se tiene que poner de manifiesto ahora y aquí, sin esperar a que vengan de fuera tiempos de bonanza que resuelvan la dificultad presente en que nos hallamos y que no cesa de agravarse. Es una tarea de todos, en la que hay que poner de manifiesto nuestro sentido solidario y responsable.
Resulta francamente escandaloso constatar los beneficios de algunas empresas importantes y los sueldos que se estilan entre los altos cargos, incluso de la política. La doctrina social de la Iglesia es muy clara a este respecto, cuando afirma que “el trabajo humano que se ejerce en la producción y comercio de bienes y en la prestación de servicios de orden económico es superior a los restantes elementos de la vida económica, porque éstos desempeñan sólo el papel de instrumentos”. Además, como dice también el Vaticano II, al deber de trabajar y al derecho al trabajo que incumbe a la persona, “corresponde a la sociedad, según las circunstancias que se dan ella, ayudar a los ciudadanos para que puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente” (GS 67).
La falta de un puesto de trabajo mina la autoestima y la moral de la persona, repercute negativamente sobre la vida familiar y pienso que no es ajena a los muchos accidentes laborales con resultados de muerte que se están produciendo entre nosotros. Sé que no es fácil encontrar soluciones, pero el momento presente nos invita a todos a dejar de lado nuestras ideologías, intereses partidistas y cualquier forma de derrotismo paralizante, que nos lleva a perder un tiempo precioso.
Finalmente, la precariedad laboral suele repercutir negativamente también sobre los trabajadores que disfrutan de un puesto de trabajo, por lo que conviene recordar con el Vaticano II que “el trabajo debe ser remunerado de tal modo que se den al hombre posibilidades de que él y los suyos vivan dignamente su vida material, social, cultural y espiritual, teniendo en cuenta la tarea y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común” (GS 67).

+ Antonio Dorado Soto
Obispo de Málaga

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