Nueve modos de orar de Santo Domingo de Guzmán. Quinto modo


Algunas veces, cuando residía en el convento, el santo padre Domingo se colocaba de pie ante el altar, con todo el cuerpo erguido sobre sus pies sin apoyarse o arrimarse a nada y en ocasiones con las manos extendidas ante el pecho como si fuera un libro abierto. Se mantenía así derecho con toda reverencia y devoción, cual si estuviera leyendo delante de Dios. Se le notaba entonces por la boca que musitaba las palabras divinas y como que se las decía dulcemente a sí mismo. Le era muy familiar el proceder del Señor que narra Lucas, cuando Jesús entró en la sinagoga un sábado, según su costumbre, y se levantó para leer (Lc 4, 16). Y en el salmo se dice: Se levantó Finés y oró, y se detuvo la ruina (Sal 106, 30).

En algunas ocasiones, enlazaba las manos y las mantenía apretadas con fuerza ante sus ojos, recogiéndose sobre sí mismo, o las levantaba hasta los hombros, según hace el sacerdote cuando celebra la misa, como si quisiera fijar sus oídos en algo para percibir mejor lo que otro le dice. ¡Tendrías que haber visto su devoción mientras rezaba así, quieto y erguido! Le habrías tomado sin dudar por un profeta que, por momentos, hablaba con un ángel o con Dios, los escuchaba, o reflexionaba en silencio sobre lo que le había sido revelado. Incluso cuando iba de viaje, en cuanto podía se tomaba un tiempo a hurtadillas para rezar y, puesto en pie, al instante se elevaba con toda la mente al cielo. Pronto le podías oír pronunciar con suavidad y ternura algunas palabras extraídas de la medula y enjundia de la Sagrada Escritura, cual si las hubiese sacado de las fuentes del Salvador (Is 12, 3).

Con este ejemplo los frailes quedaban muy conmovidos por el aspecto de su padre y maestro, y los más devotos se veían impulsados a rezar con reverencia y sin interrupción, como los ojos de la esclava en las manos de su señora y como los ojos de los esclavos en las manos de sus señores (Sal 123, 2)

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