La mañana amanece fría y nubosa, y a mediodía han caído ya las primeras gotas. Siempre que llueve lo hace cuando terminamos la misa, como si el agua quisiera hacer de cerco, y permitir prolongar el encuentro -mientras escampa- y dejarnos algo de sosiego para la charla y los comentarios. Hoy es el día de la Iglesia diocesana, el día de la familia, y por eso nuestra celebración ha sido familiar, y por eso como el encuentro de cualquier familia, tiene de todo: cariño y alegría, su poquito de ruido, los niños chicos a su aire, pero en medio de todo acogida, escucha, testimonio y compromiso, por ser familia y mostrarnos así, como somos, testigos, con la confianza puesta en Dios. Que lejos de otras experiencias de dominio, de imposición, de "jerarquía". Aquí todos somos importantes, y todos necesarios. La despedida, ayudada por el agua se alarga y estira, como si no quiséramos terminar. Estamos a gusto, cuando dejamos hueco al otro, y nos abrimos a su presencia. Así tendría que ser...