No nos gusta hablar de conversión. Casi instintivamente pensamos en algo triste, penoso, muy unido a la penitencia, la mortificación y el ascetismo. Un esfuerzo casi imposible para el que no nos sentimos ya con humor ni con fuerzas. Sin embargo, si nos detenemos ante el mensaje de Jesús, escuchamos, antes que nada, una llamada alentadora para cambiar nuestro corazón y aprender a vivir de una manera más humana, porque Dios está cerca y quiere sanar nuestra vida. La conversión de la que habla Jesús no es algo forzado. Es un cambio que va creciendo en nosotros a medida que vamos cayendo en la cuenta de que Dios es alguien que quiere hacer nuestra vida más humana y feliz. Porque convertirse no es, antes que nada, intentar hacerlo todo mejor, sino sabernos encontrar por ese Dios que nos quiere mejores y más humanos. No se trata solo de “hacerse buena persona”, sino de volver a aquel que es bueno con nosotros. Por eso, la conversión no es algo triste, sino el descubrimiento de la verdadera a...
Si huelga es dejar de trabajar, ¿cómo ejercer ese derecho cuando ya se está jubilado? Los de mi generación recibimos un mundo laboral que arrancaba del fanal de la posguerra y se elevó con el desarrollismo, pero ahora lo devolvemos a hijos y nietos en caída libre. Como se deshace el azúcar en el café, así estamos viendo desparecer los derechos adquiridos. El poder económico es cada vez más poderoso y cada vez más insaciable.
ResponderEliminarNo solo se puede ejercer la solidaridad dejando de trabajar o yendo a una manifestación, sino apoyando, sosteniendo, rezando, ayudando a otros a comprender las razones, explicando los motivos, invitando a la reflexión compartida, dejando de consumir, de utilizar servicios o transportes... hay muchas maneras, cada cual ha de buscar la suya, siempre en libertad.
ResponderEliminarAlgunas de estas cosas, Fernando, ya las hago, pero siento impotencia e indefensión. La progresión no podía ser infinita, porque además hace falta que toda la humanidad coja el mismo paso, pero esta regresión tampoco favorece a los rezagados del tercer mundo, sino a la minoría dominante y apátrida cuyo dios es el dinero.
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