NO APARTAR A NADIE DE JESÚS
11 Tiempo ordinario - C
(Lucas 7,36–8,3)
12 de junio 2016
José Antonio Pagola
(Lucas 7,36–8,3)
12 de junio 2016
Según el relato de Lucas, un fariseo llamado Simón está
muy interesado en invitar a Jesús a su mesa. Probablemente, quiere
aprovechar la comida para debatir algunas cuestiones con aquel galileo,
que está adquiriendo fama de profeta entre la gente. Jesús acepta la
invitación: a todos ha de llegar la Buena Noticia de Dios.
Durante el banquete sucede algo que Simón no ha previsto.
Una prostituta de la localidad interrumpe la sobremesa, se echa a los
pies de Jesús y rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle el amor que
muestra hacia quienes, como ella, viven marcadas por el desprecio
general. Ante la sorpresa de todos, besa una y otra vez los pies de
Jesús y los unge con un perfume precioso.
Simón contempla horrorizado la escena. ¡Una mujer pecadora
tocando a Jesús en su propia casa! No lo puede soportar: aquel hombre
es un inconsciente, no un profeta de Dios. A aquella mujer impura habría
que apartarla rápidamente de Jesús.
Sin embargo, Jesús se deja tocar y querer por la mujer.
Ella le necesita más que nadie. Con ternura especial le ofrece el perdón
de Dios, luego la invita a descubrir dentro de su corazón una fe
humilde que la está salvando. Jesús solo le desea que viva en paz: «Tus pecados te son perdonados... Tu fe te ha salvado. Vete en paz».
Los evangelios destacan la acogida y comprensión de Jesús a
los sectores más excluidos por casi todos de la bendición de Dios:
prostitutas, recaudadores, leprosos... Su mensaje es escandaloso: los
despreciados por los hombres más religiosos tienen un lugar privilegiado
en el corazón de Dios. La razón es solo una: son los más necesitados de
acogida, dignidad y amor.
Algún día tendremos que revisar, a la luz de este
comportamiento de Jesús, cuál es nuestra actitud en las comunidades
cristianas ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la
prostitución o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas,
sufrimientos y luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el
seno de la Iglesia, como si para nosotros no existieran.
No son pocas las preguntas que nos podemos hacer:
- ¿Dónde pueden encontrar entre nosotros una acogida parecida a la de Jesús?
- ¿A quién le pueden escuchar una palabra que les hable de Dios como hablaba él?
- ¿Qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su condición sexual desde una actitud responsable y creyente?
- ¿Con quiénes pueden compartir su fe en Jesús con paz y dignidad?
- ¿Quién es capaz de intuir el amor insondable de Dios a los olvidados por todas las religiones?
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