CARGAR CON LA CRUZ
Solemnidad de Cristo Rey - C
(Lucas 23,35-43)
20 de noviembre 2016
José Antonio Pagola
El relato de la crucifixión, proclamado en la fiesta de
Cristo Rey, nos recuerda a los seguidores de Jesús que su reino no es un
reino de gloria y de poder, sino de servicio, amor y entrega total para
rescatar al ser humano del mal, el pecado y la muerte.
Habituados a proclamar la «victoria de la Cruz», corremos
el riesgo de olvidar que el Crucificado nada tiene que ver con un falso
triunfalismo que vacía de contenido el gesto más sublime de servicio
humilde de Dios hacia sus criaturas. La Cruz no es una especie de trofeo
que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo del amor crucificado
de Dios que nos invita a seguir su ejemplo.
Cantamos, adoramos y besamos la Cruz de Cristo porque en
lo más hondo de nuestro ser sentimos la necesidad de dar gracias a Dios
por su amor insondable, pero sin olvidar que lo primero que nos pide
Jesús de manera insistente no es besar la Cruz sino cargar con ella. Y
esto consiste sencillamente en seguir sus pasos de manera responsable y
comprometida, sabiendo que ese camino nos llevará tarde o temprano a
compartir su destino doloroso.
No nos está permitido acercarnos al misterio de la Cruz de
manera pasiva, sin intención alguna de cargar con ella. Por eso, hemos
de cuidar mucho ciertas celebraciones que pueden crear en torno a la
Cruz una atmósfera atractiva pero peligrosa, si nos distraen del
seguimiento fiel al Crucificado haciéndonos vivir la ilusión de un
cristianismo sin Cruz. Es precisamente al besar la Cruz cuando hemos de
escuchar la llamada de Jesús: «Si alguno viene detrás de mí... que cargue con su cruz y me siga».
Para los seguidores de Jesús, reivindicar la Cruz es
acercarse servicialmente a los crucificados; introducir justicia donde
se abusa de los indefensos; reclamar compasión donde solo hay
indiferencia ante los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y
sufrimiento. Será nuestra manera humilde de cargar con la Cruz de
Cristo.
El teólogo católico Johann Baptist Metz viene insistiendo
en el peligro de que la imagen del Crucificado nos esté ocultando el
rostro de quienes viven hoy crucificados. En el cristianismo de los
países del bienestar está ocurriendo, según él, un fenómeno muy grave:
«La Cruz ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón; ha
perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna
responsabilidad, sino que descarga de ella».
¿No hemos de revisar todos cuál es nuestra verdadera
actitud ante el Crucificado? ¿No hemos de acercarnos a él de manera más
responsable y comprometida?
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