Perdonar y quitar el pecado

Domingo 2 TO-A

15 enero 2023

Jn 1, 29-34. Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

«El pecado del mundo». No porque «el mundo» personificado cometa pecados que nos hacen inimputables a nosotros, sino porque hemos construido un mundo de pecado y sobre el pecado, sobre el conflicto egoísta y deshumanizador. Nuestro mundo es producto del pecado, se sostiene sobre estructuras injustas, sobre estructuras de pecado. Salvar algún aspecto no salva su totalidad. Si algo necesita este mundo es acabar, ser radicalmente transformado, no solo reparado. Necesita despojarse de su pecado, ser despojado de este. 

El Evangelio nos dice hoy que eso solo puede hacerlo Jesucristo. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el que acoge el sueño de Dios, su voluntad como propia, y puede hacer nacer algo nuevo; es quien se llena del Espíritu de Dios y vive con ese Espíritu. Eso solo puede hacerlo quien ame de la misma manera que Dios a toda la humanidad y a toda la creación. 

El Adviento que hemos recorrido, y la Navidad que hemos gozado con esperanza, nos suman a la tarea de Dios, a su sueño del Reino, a su proyecto de humanización. Por eso, este tiempo, ordinario y cotidiano, es el de arremangarnos en un compromiso apostólico que reclama nuestra entrega vital. 

El seguimiento de Jesús no nos encierra en un círculo de rutina constante, sino que nos hace avanzar en la novedad de la esperanza, sembrando semillas de fraternidad, siendo trabajadores de la paz, de la justicia, movidos por el amor y la misericordia entrañable, acompañando el caminar y la vida de nuestro pueblo, despojándonos de todo aquel peso inútil que nos impide caminar. 

El seguimiento de Jesús nos lleva a tender puentes donde otros no lo hacen, a derribar muros, que sustentan las estructuras de pecado; a tejer fraternidad mostrando otro modo de trabajar de vivir, de ejercer la autoridad, el servicio, sobre todo a quienes, por amor de Dios, han de ocupar el centro de la Iglesia, de nuestra vida comunitaria, y de la vida social: las personas empobrecidas. 

El pecado no es algo que solo debe ser perdonado, sino también quitado, arrancado de la humanidad. Creer en Jesús no es solo abrirse a su perdón, sino comprometerse en su misma causa contra el mal y la injusticia, contra todo lo que deshumaniza la vida de las personas y rompe la fraternidad. Lo hemos visto y oído, somos testigos. Nuestra vida ha de testimoniar esa convocación amorosa de Dios a la fraternidad, a la amistad social. Hemos de ser testigos de otro mundo posible. Y para eso, antes, hemos de escuchar. 

En palabras del papa Francisco: 

Primero: escuchen a los hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños concretos, en sus realidades, en sus gritos silenciosos expresados en sus miradas y en sus clamores profundos. Tengan el oído atento para no dar respuestas a preguntas que nadie se hace ni decir palabras que a nadie le interesa escuchar ni sirven. Escuchen con oídos abiertos a la novedad y con un corazón samaritano. 

Segundo: escuchen los latidos de los signos de los tiempos, la Iglesia no puede estar al margen de la historia, enredada en sus propios asuntos, manteniendo inflada su burbuja. La Iglesia está llamada a escuchar y ver los signos de los tiempos, para hacer de la historia con sus complejidades y contradicciones, historia de salvación. 

Necesitamos ser una Iglesia vitalmente profética, desde los signos y los gestos, que muestren que existe otra posibilidad de convivencia, de relaciones humanas, de trabajo, de amor, de poder y servicio. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

No tengo fuerzas para rendirme

Feliz año nuevo, en pijama