Lucía con la abuela

Mi madre era una mujer recia, vasca, de armas tomar. Capaz de enfrentarse toda su vida a lo que se le pusiera -y se le ha puesto mucho- por delante. Pero todo lo ha superado, de todo ha salido. Con sus cicatrices, como es normal, pero sin perder un ápice de ilusión por la vida. Ilusión que en la última etapa de su vida se ha concretado en poder disfrutar de sus cuatro nietas. Solo tuvo hijos varones, y siempre quiso haber tenido una hija pero, en vez de eso, se ha visto compensada con sus cuatro nietas. En la foto está con Lucía, la más pequeña, este verano, cuando aún no había cumplido su primer año. Mi madre murió el pasado día 27, serena, apagándose, acompañada, después de 79 años de peregrinaje. Ha cumplido su esperanza de reencontrarse con mi padre desde que hace treinta y ocho años y trece días dejaron tanta conversación pendiente y tantos proyectos truncados. Ahora andarán poniéndose al día, y ella le estará diciendo cómo ha vivido él en el corazón de sus nietas aún sin haberle...