Orar en el mundo obrero, 21º domingo T.O,

 “Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Vivir la relación con Jesús es don
del Padre por medio del Espíritu Santo. No es opción, ni iniciativa, ni decisión autónoma
nuestra, sino respuesta al don de Dios que por medio del Espíritu se derrama en nuestros
corazones: la experiencia amorosa de su presencia en nuestra vida. La iniciativa siempre
es de Dios.

Ser cristiano no es apuntarse a un club, o a un partido político, o integrarme en un grupo
social para hacer cosas. Ser cristiano -desde la respuesta agradecida al don gratuito- es
vivir una relación personal en el encuentro con Jesucristo que se sustancia por mediación
de la Iglesia, comunidad fraterna de discípulos misioneros con la que camino, para seguir
experimentando el amor de Dios, y para sentirme convocado a la tarea de la fraternidad.

Una relación que nos transforma para ser como Jesús, para ser imagen del Dios
comunión. Que nos hace capaces de vivir en el amor la misma comunión trinitaria.
Si olvidamos esta experiencia fundamental, si el criterio es nuestra propia decisión, si
somos nosotros el centro de nuestra experiencia de fe, intentaremos que Dios se ajuste a
nuestro imaginario, que justifique nuestras opciones, y terminaremos por hacerle a
nuestra imagen o por abandonar su camino.

Seguir a Jesús, que tiene palabras de vida eterna es la única forma posible de integrar
libertad y amor, responsabilidad y cuidado, persona y comunidad. Si buscamos la vida
con sinceridad tal vez muchos interrogantes se nos queden sin respuesta inmediata, pero
podremos sentir en el hondón de nuestra existencia lo mismo que Pedro: ¿a quién vamos
a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.

El problema no es a dónde ir, sino a quién. Nuestro mundo está plagado de reclamos y
profetas que nos ofrecen y prometen la vida, la salvación, la felicidad, el bienestar, la
perfecta serenidad, a condición de olvidarnos de todo lo que no seamos nosotros mismos.
El mensaje de Jesús efectivamente es duro entendido desde los criterios de este mundo:
renunciar a ser nosotros el centro de la existencia, tomar la Cruz, seguirle, fiarnos sin
condiciones del amor en un mundo que ha olvidado su capacidad de amar. Querer vivir la
pobreza, la humildad y el sacrificio, como expresiones de amor, para tender puentes de
fraternidad. Estar dispuestos a sembrarnos y a gastar nuestra vida sin saber si dará fruto,
o sabiendo que posiblemente no veremos el fruto. Vivir con ojos abiertos y corazón
sensible al sufrimiento humano que reclama nuestro compromiso por humanizar la
existencia… comulgar con él, alimentarnos con su Cuerpo y Sangre.

Pero esa palabra de Jesús es la palabra de Vida eterna. Esa es la palabra que humaniza,
que nos lleva a la fraternidad que Dios sueña, a la felicidad completa de la existencia. Las
palabras que nos dice Jesús son espíritu y vida.

Mi proyecto de vida se teje entrelazando opciones y decisiones que voy tomando. Pongo
hoy esas opciones, mis decisiones vitales, ante el Señor para discernir en la oración si
nacen del seguimiento, de la escucha de sus palabras, y del vivir en Él. Lo hago orando en el mundo obrero

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