La experiencia de la enfermedad y la postración es polivalente, casi polisémica. Existe la conciencia de debilidad, de pobreza, de necesidad, que provoca el tener que convivir estos días con el dolor, con la merma de facultades físicas, con la conciencia inmediata de la finitud y la limitación a que uno se ve sometido. No vale uno para lo que valía, al menos sin ayuda. Pero esto es algo pasajero que desaparecerá en casi su totalidad con el tiempo y la medicación. Dejará, posiblemente, secuelas; unas buenas y otras no tanto. Pero pasará a ser un episodio con comienzo y con final, que recordar. Junto a ella, la experiencia de la soledad, de la impotencia, de la prescindibilidad. Las horas se eternizan, el sillón o la cama o el sofá se transmutan en la prolongación de mis extremidades y envuelven mis mañanas y mis tardes dificultando mi normal desenvolvimiento, hasta un punto en que solo estamos yo y mi circunstancia dolorida, y tras ella, a veces visible con dificultad, la presencia de ...